En 1915
publicouse "La casa de la Troya" do escritor Alejandro Pérez Lugín,
novela famosa pola súa descrición do ambiente estudiantil compostelán. Nela
aparece o único personaxe literario que, aínda que non é ordense de nacemento,
ten relación co noso concello.
Trátase de Ventura Lozano y Portilla, ex-xuíz do Partido Xudicial de Ordes,
pedante pero honrado. Unha vez "recomendáranlle" que veredicto debía
ditar nun caso. El fixo todo o contrario e a continuación dimitiu do seu posto.
Vivía en Santiago coa muller e as súas dúas fillas e era o titor
encargado de vixiar a conduta do protagonista, Gerardo Roquer.
O propio Pérez Lugín dirixiu unha
película
muda en 1925 na que este personaxe estaba interpretado polo actor Ceferino
Barrajón. Máis fiel á novela é o aspecto do actor Félix Fernández na moito máis
coñecida película de 1959, dirixida por Rafael
Gil.
Velaquí algúns fragmentos onde
se fala deste personaxe, empezando pola descrición que del fai o compañeiro de
Gerardo, Casimiro Barcala.
–¿Quién es ese don Ventura?
–Un tipo la mar de “pavero”. Un señor
muy estirado y prosopopéyico, que te va a volver loco a fuerza de discursos y
consejos, propinados con la mayor solemnidad. Ha sido juez de primera instancia
en el cercano partido de Órdenes y pidió la excedencia porque su rectitud le
esquinaba con todo el mundo. Aquí te hay un caciquismo terrible en todas
partes. Él no necesitaba de la carrera, porque está bien de fortuna; pidió la
excedencia, se casó y se puso mejor y se vino a vivir a Santiago. Es un
romanista formidable. Se sabe de memoria las Pandectas, las Novelas, la
Instituta. Todo Papiniano, todo Modestino, todo Justiniano, etcétera, etcétera.
Ya verás qué tipo más gracioso. Yo le hice unos versos pistonudos:
¡Vedle! El último romano,
semoviente pergamino...
. . . .
Hasta el sombrero cepilla,
con graves solemnidades,
y hace sus necesidades
a toque de campanilla.
Cuando se despide de alguna persona a
quien acaba de conocer, saluda muy ceremonioso —levantándose e imitándole—: “Tantísimo
gusto y mayor honor, señor y amigo mío: ya sabe usted quién es su devoto
servidor: Ventura Lozano y Portilla, ex juez de
Órdenes y a las de usted...” Padece una afición desmedida a la oratoria,
y como te descuides, te coloca un discurso de dos horas, que te deja destrozado...
Pero, chico, tiene dos hijas de primera.
Vivía este buen señor en la calle del Franco en una casa de dos pisos,
con galería en el segundo, fachada enjalbegada y renegrida por la humedad, y
estrecho portal, en cuya puerta interior lucía un brillante y pequeño llamador,
que el madrileño dejó caer suavemente una vez sin que le oyesen y, con más
fuerza, otras dos que surtieron su efecto. [...]
El estudiante le oía con curiosidad, costándole no poco trabajo contener
la risa. Mientras hablaba don Ventura, le examinó de arriba abajo. Era el
elocuente señor, pequeño, calvo, largo de cara, que se adornaba con un
bigotillo blanco de moco de pavo, recortado a la moda de los milicianos del
cincuenta y tantos, y completaba el exorno facial con una mosca contemporánea
de la misma tropa. Vestía severamente de negro, y negro era asimismo el lacito
de su corbata de tira.
Don ventura, lo mismo que cuando recibía en Órdenes declaración a los
feroces criminales que habían hurtado un feixe de leña o tojo o tundido a palos
en una corredoira las costillas de algún mozo rival, miraba al estudiante
fijamente con ojos inquisitoriales que llegaron a turbarle.
—¡Mírese usted en ese espejo!—le dijo
solemnemente cuando concluyó el relato, acentuando sus palabras con la energía
de un dedo índice severamente tieso y apercibidor—. ¡Mírese usted en ese
espejo!
Gerardo levantose —él juró siempre que lo había hecho de buena fe y
azorado por la mirada fulmínea de don Ventura— y fue a mirarse al espejo que
había sobre la consola en el hueco de los dos balcones.
—¿A dónde va usted, amigo mío? El
espejo que yo le pongo delante, para que vea la triste imagen que en él se
aparece, es el de ese hadario Lorenzo Carballo. Huya usted de semejársele.
Discipline su volición, sométase al uvio del trabajo y será salvo. [...]
—Ha tomado usted—Le dijo el elocuente
señor—posesión de esta humilde choza y ganado un amigo. Cuando usted necesite
de aquella y de este su seguro servidor, le será gustosamente otorgado. Ya sabe
usted: Ventura Lozano y Portilla, ex-juez de Órdenes, y a las de usted.