Nos séculos XIX e XX a Igrexa empregou as
misións de propaganda católica para loitar contra o crecente laicismo e volver
cristianizar ao pobo. Dan fe diso as cruces que adornan os muros de moitas
igrexas.
Nos anos 40 e 50, co Réxime a favor, estes
eventos relixiosos aínda se puxeron máis de moda e congregaban gran cantidade
de fieis (e non tan fieis).
Especialmente rechamantes foron as viaxes de
efixies da Virxe de Fátima, entón un culto moi moderno (a aparición tivera
lugar en 1917).
En 1955
o párroco de Laracha e misioneiro diocesano don Camilo Fontenla* levou á Cova de
Iria unha imaxe da Virxe de Fátima que estivo alí depositada e que foi
bendicida polo prelado daquela diocese. Esta imaxe foi traída procesionalmente
por mozos de Acción Católica a Galicia. O día 23 de febreiro de 1955 chegou a
Pontevedra onde tivo unha enorme recepción. Seguiron Caldas de Reis o día 24 e
Pontecesures o 25, para entrar en Santiago ese mesmo día, celebrándose varios
actos na catedral. Logo, o domingo 27, iniciou o último tramo da viaxe con
destino final na Coruña o 6 de marzo. No camiño pasou por Ordes onde o
recibimento foi espectacular como podedes ver nestes literarios artigos aparecidos
nos xornais La Voz de Galicia e El Ideal Gallego o martes 1 de marzo
de 1955.
[...]
Después seguimos a Órdenes, en donde habíamos de hacer noche. El pueblo todo
nos esperaba en la carretera a un kilómetro de la iglesia. Nada más llegar pude
comprobar que el gentío era inmenso, espectacular, inconcebible. Como en otros
pueblos del trayecto, parecía imposible que Órdenes tuviese tantos habitantes.
Pero lo que más sobrecogió nuestro ánimo fue un vibrar de lucecitas en la noche
callada: era como una sinfonía inacabada de estrellas bajas, que jugueteaba en
la noche a la altura de los corazones. Pensamos enseguida en la procesión de
las velas de Fátima y no nos engañábamos, porque aquellas lucecitas eran las
llamas de cientos de velas, que salían a rendir a Nuestra Señora el tributo de
sus llamaradas de fe.
Cuando entramos en la iglesia, mucha gente
quedó fuera en el atrio. No tenía importancia porque una potente instalación de
altavoces transmitía la hora santa desde el interior del templo. Poco a poco
fuimos acomodando a todos, aprovechando todos los escondrijos de la iglesia. El
capellán dirigía desde el púlpito, como un mariscal de campo, colocando a su
ejército. Al fin comenzó la función nocturna; eran las nueve de la noche.
Un alto para cenar a las once y a las doce
todos a la iglesia nuevamente. Parecía que había aún más gente. Don Camilo
había dicho: ni los cojos, ni los que tengan sueño pueden quedar en casa, solo
los enfermos. Y yo creo que no quedaron ni los enfermos.
Toda la noche estuvo afluyendo gente. La vela
de las tres de la mañana suele ser la peor en estas vigilias. Yo conté más de
doscientas personas, sin sumar las largas colas que se veían junto a los
confesionarios de don Camilo y del señor cura párroco.
Y para que nada faltase, no faltó ni el más
supremo esfuerzo del capellán que a las cuatro de la mañana seguía aún
confesando y que no desdobló las sábanas de su cama.
Salimos a media mañana. Nuestro destino era
Sarandones. [...]
[...]
Nos habían dicho que el recibimiento en Órdenes sería menos entusiasta por la
natural idiosincrasia de la villa. Se habían equivocado nuestros informadores,
porque lo ocurrido en Órdenes tuvo mucho que recordar a lo que sucede en el
propio Fátima dos veces al año, en el 13 de octubre y en el 13 de mayo. Porque
aquel gentío inmenso, y aquellas luminarias -diminutas como estrellas que
brillaban en la noche quieta y callada como un templo-, eran un prodigio más de
los muchos que va obrando la Señora a su paso. Me pareció por un momento estar
presenciando la procesión de las velas en Fátima. También Órdenes hacía su
fiesta de las luminarias a la Señora, mientras ardían también millares de
corazones en la fe por aquella bendita Madre de los Cielos. Eran las nueve
cuando íbamos hacia la iglesia. En la hermosa noche templada calla el viento y
los estandartes y las flores pasan sobre las cabezas siguiendo las andas de la
Virgen. Miramos hacia atrás. Las luces aumentan. Parece que el cielo estrellado
de una serena noche invernal se volcó sobre la villa. El momento es de gran
fervor y el panorama con sus cientos de luces, aleteando como mariposas, es
ideal; y mientras las llamas semejan una monstruosa sierpe con movibles escenas
de luciérnagas, suben al cielo repetidos cánticos en sentida melodía. [...]
* Camilo Fontenla Danza ten unha
interesante biografía: naceu en Iria Flavia. Estudou para sacerdote, foi díacono
en 1933 e comezou de coadxutor en San Bartolomé de Pontevedra en decembro do
mesmo ano. Presentouse voluntario como capelán castrense á fronte do Guadarrama
onde tivo unha destacada intervención. Logo sería profesor de Relixión na
Escola Normal de Pontevedra. En 1942 marchou ao mosteiro de Oseira para
facerse monxe cisterciense. En 1946 foi coadxutor de San Xoán en Santiago, posteriormente sería párroco en Laracha e en decembro de 1957 trasladaríase
(definitivamente) a Palmeira en Ribeira.
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