viernes, 29 de noviembre de 2024

Ventura Lozano y Portilla

  En 1915 publicouse "La casa de la Troya" do escritor Alejandro Pérez Lugín, novela famosa pola súa descrición do ambiente estudiantil compostelán. Nela aparece o único personaxe literario que, aínda que non é ordense de nacemento, ten relación co noso concello.
  Trátase de Ventura Lozano y Portilla, ex-xuíz do Partido Xudicial de Ordes, pedante pero honrado. Unha vez "recomendáranlle" que veredicto debía ditar nun caso. El fixo todo o contrario e a continuación dimitiu do seu posto. Vivía en Santiago coa muller e as súas dúas fillas e era o titor encargado de vixiar a conduta do protagonista, Gerardo Roquer.
  O propio Pérez Lugín dirixiu unha película muda en 1925 na que este personaxe estaba interpretado polo actor Ceferino Barrajón. Máis fiel á novela é o aspecto do actor Félix Fernández na moito máis coñecida película de 1959, dirixida por Rafael Gil.
  Velaquí algúns fragmentos onde se fala deste personaxe, empezando pola descrición que del fai o compañeiro de Gerardo, Casimiro Barcala.
 
–¿Quién es ese don Ventura?
–Un tipo la mar de “pavero”. Un señor muy estirado y prosopopéyico, que te va a volver loco a fuerza de discursos y consejos, propinados con la mayor solemnidad. Ha sido juez de primera instancia en el cercano partido de Órdenes y pidió la excedencia porque su rectitud le esquinaba con todo el mundo. Aquí te hay un caciquismo terrible en todas partes. Él no necesitaba de la carrera, porque está bien de fortuna; pidió la excedencia, se casó y se puso mejor y se vino a vivir a Santiago. Es un romanista formidable. Se sabe de memoria las Pandectas, las Novelas, la Instituta. Todo Papiniano, todo Modestino, todo Justiniano, etcétera, etcétera. Ya verás qué tipo más gracioso. Yo le hice unos versos pistonudos:
 
    ¡Vedle! El último romano,
    semoviente pergamino...
    . . . .
    Hasta el sombrero cepilla,
    con graves solemnidades,
    y hace sus necesidades
    a toque de campanilla.
 
 Cuando se despide de alguna persona a quien acaba de conocer, saluda muy ceremonioso —levantándose e imitándole—: “Tantísimo gusto y mayor honor, señor y amigo mío: ya sabe usted quién es su devoto servidor: Ventura Lozano y Portilla, ex juez de Órdenes y a las de usted...” Padece una afición desmedida a la oratoria, y como te descuides, te coloca un discurso de dos horas, que te deja destrozado... Pero, chico, tiene dos hijas de primera.
 
  Vivía este buen señor en la calle del Franco en una casa de dos pisos, con galería en el segundo, fachada enjalbegada y renegrida por la humedad, y estrecho portal, en cuya puerta interior lucía un brillante y pequeño llamador, que el madrileño dejó caer suavemente una vez sin que le oyesen y, con más fuerza, otras dos que surtieron su efecto. [...]
 

  El estudiante le oía con curiosidad, costándole no poco trabajo contener la risa. Mientras hablaba don Ventura, le examinó de arriba abajo. Era el elocuente señor, pequeño, calvo, largo de cara, que se adornaba con un bigotillo blanco de moco de pavo, recortado a la moda de los milicianos del cincuenta y tantos, y completaba el exorno facial con una mosca contemporánea de la misma tropa. Vestía severamente de negro, y negro era asimismo el lacito de su corbata de tira.
 
  Don ventura, lo mismo que cuando recibía en Órdenes declaración a los feroces criminales que habían hurtado un feixe de leña o tojo o tundido a palos en una corredoira las costillas de algún mozo rival, miraba al estudiante fijamente con ojos inquisitoriales que llegaron a turbarle.
—¡Mírese usted en ese espejo!—le dijo solemnemente cuando concluyó el relato, acentuando sus palabras con la energía de un dedo índice severamente tieso y apercibidor—. ¡Mírese usted en ese espejo!
  Gerardo levantose —él juró siempre que lo había hecho de buena fe y azorado por la mirada fulmínea de don Ventura— y fue a mirarse al espejo que había sobre la consola en el hueco de los dos balcones.
—¿A dónde va usted, amigo mío? El espejo que yo le pongo delante, para que vea la triste imagen que en él se aparece, es el de ese hadario Lorenzo Carballo. Huya usted de semejársele. Discipline su volición, sométase al uvio del trabajo y será salvo. [...]
 
—Ha tomado usted—Le dijo el elocuente señor—posesión de esta humilde choza y ganado un amigo. Cuando usted necesite de aquella y de este su seguro servidor, le será gustosamente otorgado. Ya sabe usted: Ventura Lozano y Portilla, ex-juez de Órdenes, y a las de usted.
 

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