Aínda que non se refire a Ordes senón a toda
a provincia da Coruña, coido que este artigo é interesante para os que lles
guste e queiran iniciarse na heráldica. Está tomado do libro "Torres,
pazos y linajes de la provincia de La Coruña" de Carlos Martínez Barbeito.
Un repaso a la frecuencia y generalidad de las representaciones
heráldicas de una media docena larga de históricos y aún legendarios linajes,
nos llevaría a establecer el mapa genealógico-heráldico de la provincia,
situando dentro del triángulo que tiene un vértice en la ciudad de La Coruña,
otro cercano a Ortigueira y el tercero hacia Curtis o Sobrado, los estados de
los Andrade,
cuyo nombre y principales casas se hallan en Pontedeume y sus inmediaciones.
Los Andrade recibieron posteriormente por enlace ventajosísimo con hija de la
casa de las Mariñas, tierras sin fin en las Mariñas, Bergantiños y Mesía, y
obtuvieron luego título de conde, que brilló con fugaz autonomía y bien pronto
quedó preterido al entrar por matrimonio en la casa de Lemos, incorporada hoy a
la de Alba. Y dejaron por toda Galicia, aunque con menos profusión que en la
zona señalada, una larga y lucida descendencia que no olvidó nunca blasonar sus
casas con la banda engolada de dragantes y el lema del Ave María que les distingue.
El tótem de los Andrade, repetido en templos, palacios y puentes, es propio de
casta recia y montaraz: un oso y un jabalí.
Ceden los Andrade al sur de la provincia, en lo que es hoy poco más o
menos el partido de Arzúa, riberas del
Tambre y del Ulla, ante otro apellido quizá no tan ilustre, pero si tan
insistente y profuso en solares y blasones: los Varela, descendientes de la casa
real de Aragón, que traen por armas unas varillas, una rueda, unas flores de
lis y una cadena circunvalante. También ceden ante los Seixas, con sus palomas
heráldicas. Y ante otro linaje aún, el de los Ulloa, que se extiende desde
Monterroso a Compostela y se desparramó luego por toda España. Sus armas,
quince puntos de ajedrez, los siete cargados de tres fajas.
El centro de la provincia coruñesa corresponde a Figueroa, antiquísimo solar ligado a
leyenda del Tributo de las Cien Doncellas, y cuya descendencia, muy numerosa,
se desparramó por España de tal modo que las cinco hojas de higuera, sus armas
parlantes, se encuentran por casi todos los castillos, palacios e iglesias de
la península. Su rama más encumbrada, la de los duques de Feria, hoy, la casa
de Medinaceli. El solar más antiguo y caracterizado, la torre de Figueroa que
posee el marqués de este título.
Por el país de Bergantiños, a partir de Ponteceso, y por tierras de
Soneira, Nemancos y Xallas, se va viendo por aquí y allá y en todas partes en
pazos, fortalezas y capillas, la cabeza de lobo sangrante de los Moscoso,
otra de las razas ancestrales, cuyo representante es el conde de Altamira y
cuyo solar principal es la semiderruida fortaleza de Altamira, en Brión. Los
Osorio de Moscoso y la casa de Altamira acumularon en el siglo pasado más
títulos que ninguna otra familia de la primera nobleza española. Ostentaron
entre otros el marquesado de Astorga, de los Osorio, y el ducado de Sessa que,
con el condado de Cabra, ambos de los Fernández de Córdoba, les asigna la
representación primogénita de la casa del Gran Capitán. En Santiago y su
tierra, los Moscoso fueron casi tan influyentes como los mismos arzobispos.
Entre Carballo y Santiago se alzaron los solares de la que suele
considerarse como la más rancia de todas estas grandes razas: los Bermúdez.
Llamados a tenor de los enlaces Bermúdez de Traba, Bermúdez de Montaos o
Bermúdez de Castro, mucho tienen que ver con la familia semi-real que tuvo
reyes de Castilla como pupilos: la de los condes de Traba, de quienes también
derivan los Andrade. La rama principal es la de los marqueses de Montaos, ahora
también duques de Albuquerque. Toda esa antigua tierra está llena de su
recuerdo. Blasonan los Bermúdez ajedrez de plata y gules.
A orillas del Tambre, en el tramo final de Negreira a Noya y en toda el
área circundante, que por el sur desborda el Ulla y se entra en la provincia de
Pontevedra hasta Rubianes, cuyos señores, que son grandes de España, ostentan
hoy la primogenitura de los Caamaño, se extiende la influencia de este nombre.
De los Caamaño es el pino con las 10 lanzas, según se ve en las fachadas de
casi todos los pazos de la comarca.
La leyenda erige como mito poético el origen de los Mariño, hijos de caballero y
sirenita de la mar. Enlazaron con los nobles Lobera. Sus ondas marinas de
plata, sus lobos y su estrella con la sirena que lo abraza todo desde fuera,
están en las piedras armeras del suroeste de la provincia, compitiendo con las
de Caamaño. A los Mariño de Lobera de la línea troncal, les representa el
marqués de Castelar por su marquesado de la Sierra.
Tal es, al menos en sus líneas maestras, la geografía nobiliaria y
heráldica de la provincia de La Coruña. Pero no hay lindes fijos. Todas esas
razas antiguas y poderosas enlazaron reiteradamente a sus hijos y nietos y su
sangre fluyó por las mismas venas. Se mezclaron las sangres y las haciendas, y
aquellos patriarcas del tiempo viejo cuyo rostro apenas puede perfilarse en la
distancia son hoy los abuelos de casi toda la hidalguía del país y también de
la más encumbrada nobleza española.
A su vez, las tierras de su dominio e influencia se franquearon a
linajes ajenos que en ellas se establecían por la fuerza de los caudales o por
la de su heredada nobleza, o atraídos por los enlaces con remotos descendientes
de los primeros dueños. No existen fronteras ciertas y fijas, sino
zigzagueantes y fluidas, de tal modo que se dejan penetrar de gente foránea y
se desbordan hacia afuera, porque no hay quien retenga entre los dedos la
caudalosa corriente de la vida que se desliza y se derrama por todas partes del
universo mundo.
Carlos Martínez Barbeito
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