Acostuma dicirse que a tradición das uvas de Noitevella, comezou en 1909,
cando os empresarios as promocionaron para desfacerse da excepcional colleita
daquel ano. Non obstante, xunto cos viños de Oporto, Jerez e Manzanilla e o
turrón e mazapán, xa se tomaban moito antes.
"Aquí hay que comer las doce uvas para
exorcizar los doce malos espíritus que dominan en cada mes. Como hay que
comerlas, no lo indica la tradición, si de cuelga, de Corinto o de pasas de
Málaga. El resultado es el mismo y hay quien las prefiere convertidas en mosto,
porque además de conseguir el objetivo deseado alegran más".
Sobre esta tradición e a variación no número de uvas hai un interesante
artigo de "La Voz de Galicia"
(30-12-2017) escrito por Á.M. Castiñeira.
Jarana de
las tres, las doce o las trece uvas
Sobre el
origen hay unas cuantas teorías. Que si la importó de Francia la aristocracia
del XIX, que si fue consecuencia de un excedente de cosecha en Alicante... Lo
único seguro es que hace algo más de un siglo empezó a arraigar la costumbre de
maridar campanadas y uvas para recibir el año. En las reuniones de postín, con
moderación: «Esta noche celebra el Nuevo Club su anunciada y brillantísima
fiesta de despedida de año [...]. Cuando den las doce, el champagne y las tres uvas tradicionales
consagrarán [...] la entrada solemne y alegrísima de 1911». En las populares,
no tanto: «Los más prácticos empinaron sus botas de vino, y al mismo tiempo que
sus camaradas tragaban doce uvas, atizaban ellos doce latigazos, uno por
campanada».
Por si la
docena de la suerte no bastase, una extra quizás asegurase mayor fortuna. Por
lo visto, era bastante frecuente, y muy oportuno para entrar en 1913. «Las
gentes [...] esperaron a que las solemnes campanadas vibrasen en el reloj
municipal, para hacer los honores a las trece consabidas uvas, entre grandes
demostraciones de alborozo». También en el 14, «en muchas casas [...] se
tomaron con champagne o con
otro vino nacional cualquiera las consabidas trece uvas», que tampoco era para
ir sumando cada año. Menos, después de una copiosa y «espléndida cena [...] a
ocho pesetas el cubierto». «Menú: consomé royatti,
merluza frita, perdiz a la cazadora, espárragos museline, jamón en dulce, postres, doce uvas a cada comensal
y una copa de champagne», según
un anuncio de 1926, en el que el restaurante prometía, además, la música de una
orquestina.
A las mejores fiestas no se podía ir con cualquier
trapo. «Los caballeros vestirán de frac. Nada hay que decir de la elegancia
exquisita de las damas», porque «es lo más seguro que, después de que la
despedida estupenda se haya realizado entre taponazos y vítores, la gente joven
haga baile».
Con menos
pompa y sin galicismos a la mesa era la celebración popular. Tras la cena, los
vecinos bajaban a cualquier plaza donde hubiese un reloj que les indicase
cuándo atragantarse. Después, «por las calles, animadísimas hasta la madrugada»
no faltaban «las murgas, los organillos estrepitosos ni las parrandas
alegrísimas».
Así lo contaba
el corresponsal de La Voz, por telégrafo, desde la zona cero de la Nochevieja
hispana: «Con el mismo bullicio e igual algarabía de años anteriores, unas
cinco mil personas reunidas en la Puerta del Sol hicieron anoche, a las doce en
punto, una recepción jubilosa al nuevo año de 1910. Desde media hora antes
[...] iban llegando a la amplia plaza compactos grupos de hombres, mujeres y
chiquillos, provistos de panderas, guitarras, tambores y demás instrumentos,
tales como almireces, sartenes, tapaderas de lata, a guisa de platillos,
etcétera. Cada cual aparecía provisto de su cartucho de uvas, más las
correspondientes botas con abundante morapio. El vocerío era ensordecedor, una
alegría desbordante. Se bailó por todo lo alto, y se hizo exhibición de
formidables borracheras con todo el consiguiente estrépito. La primera
campanada de las doce, dada por el reloj de Gobernación, fue acogida con una
salva de aplausos [...]. La última [...] fue saludada por un viva unánime y
solemne al nuevo año. Este se festejó después con bailes, libaciones y otros
excesos».
«Llegue en buena hora el 1914, y que ustedes puedan
verlo morir».
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