Mosquera -castelanización de Mosqueira- é
un dos apelidos máis frecuentes de Ordes
(o 6º segundo o Instituto da Lingua Galega que na súa páxina web otórganos un número de 520 portadores, e o 7º segundo o Instituto Galego de Estatística que baixa o número de
portadores a 475).
Se vemos o mapa de distribución do apelido en
Galicia, constatamos que hai 2 áreas onde predomina: unha, no oeste da
provincia de Ourense, e outra centrada na parte leste da comarca ordense. De
feito, Oroso é o concello galego
onde existe maior porcentaxe deste apelido e Frades, Mesía e Ordes están entre
os 6 primeiros.
En números absolutos Ordes é o 4º concello de
Galicia só por detrás das cidades de Coruña (algo máis de 2.000 portadores),
Vigo e Santiago (ambas as dúas con pouco máis de 1.000).
Coa emigración, hoxe o país onde hai maior
número de mosqueras non é España ou Portugal senón Colombia con 180.000 portadores! seguido de Ecuador e Venezuela.
Aparentemente a súa etimoloxía é moi clara.
Se buscamos no dicionario da RAG, un "mosqueiro-a" é un
lugar onde hai moitas moscas. Parece, por tanto, provir da palabra latina musca.
Non obstante parece difícil que a xente
empregara este insecto como topónimo porque en gran parte do ano é case
inexistente e no verán voan por todas partes. Doutra banda, os topónimos
"Mosc-" (pouco numerosos) que hai en Galicia e no resto de España
parecen estar sempre en lugares altos e non especialmente favorables para este
animal.
Manuel
Mañas Núñez ve máis ben a súa orixe na palabra latina muscus (musgo), así a Pedra Mosqueira non sería "pedra con
moscas" senón "pedra chea de musgo". Dado que en Cáceres hai
unha Sierra
de la Mosca, propón tamén a posibilidade de que o topónimo veña do
latín vulgar mossicare (morder) e
teña o significado da palabra castelá muesca,
é dicir, fendedura. E aínda explora a posibilidade de que os topónimos deste
tipo non teñan orixe latina senón que poidan proceder dunha palabra prelatina *musk- (rocha).
César
Varela García suponlle unha procedencia do verbo moneo ou admoneo
(advertir, avisar). Nos documentos medievais aparecen referencias a unha pena moasqueira que el interpreta como
"pena avisadora", da que sairían topónimos como Mosqueira, Moscallos,
Moscán ... e tamén os máis fidalgos apelidos de Galicia como Penela, Moscoso ou
Mosqueira, todos nomes que fan referencia a alturas ou torres de vixía e ao
oficio de vixiante ou mosqueiro.
Como dixemos antes, Colombia é o lugar onde
hai máis mosqueras. Mesmo un presidente, Lleras Camargo,
tiña relación coa familia e a el debemos a florida narración sobre as orixes lendarias
dos Mosqueira.
Transcurso Legendario de una Gota de Sangre. Introducción a la vida del
apellido “Mosquera”.
El rey Ramiro II peleó tercamente contra el agareno. No lo impulsaba
solamente su fe, sino la necesidad de dar expansión a su genio proceloso y
actividad a sus tropas, leoneses, astures, gallegos de sombrías barbas
enmarañadas y dientes fulgurantes de perro salvaje. El califa de Córdoba y el
rey Ramiro se disputaban, una y otra vez, la posesión de Zamora. El Duero se
enturbiaba con el pasar y repasar de vencedores y fugitivos, y sus aguas
lavaban las heridas de los pesados infantes. En su largo reinado Ramiro pactó,
más de una vez, treguas y aún paz eterna con el califa. Rompía su palabra con
frías traiciones y asaltos falaces.
En los tiempos de amistad, la morisma y el cristianaje plebeyo
fraternizaban, se relajaba la disciplina de los ejércitos y comenzaban los
escándalos, estimulados por el agrio vino extremeño. Los caballeros árabes de
ojos profundos, comenzaban a rondar los castillos desde donde los seguían las
miradas rapaces de las cristianas recluidas. Un día ordenaba a los obispos y
clérigos del reino clamar por el exterminio del infiel. En las cuadras los
mozos comenzaban a sacar brillo al pelo de los caballos. En las ciudades
sonaban las trompetas. El rey, cubierto de hierro, precedido de heraldos,
trotaba por las calles, y los maestros de taller, las mujeres, los mendigos,
desde las puertas, lo aclamaban. Sentía entonces la alegría de la guerra y la
conveniencia de ser aliado y buen amigo de Dios. Los infieles, en los campos,
comenzaban a caer, como jabalíes acosados, en crueles celadas, en trampas
arteras. Al fin, bajando por la sierra de Gredos hacia las vegas, aparecía el
moro, al aire el blanco alquicel. La media luna entraba a disputarle a la cruz
un trozo áspero de España.
Se cuenta que llegó a León, llamado por Ramiro, en el primer cuarto del
siglo X, el príncipe de Moscovia, extraño aventurero que por luchar contra el
moro había corrido toda la Europa, como soldado de fortuna, al través de cien
reinos y ducados. Ganando o perdiendo batallas al fin entró por la Aquitania a
las tierras de Ramiro que lo incorporó a sus milicias y le dio puesto en la
Corte. Dórico, que así se llamaba el príncipe, debió ser tan valeroso y feroz,
que los hirsutos capitanes leoneses lo miraron con respeto y asombro.
Se lanzaba a las batallas mascullando improperios en una lengua extraña
y difícil y cuando bebía cantaba sones profundos y lejanos. A nadie debió
extrañar cuando se anunció que Ingaluisa, hija del rey, se casaba con el ruso.
El príncipe no abandonó, por eso, las
batallas. Llegaba de ellas oliendo a sangre, a guerra y a caballo. Cuando el
rey lo sentía desmontarse en el patio de anchas losas graníticas, se asomaba a
las ventanas y sonreía, paternalmente, por entre las barbas. Una vez, en un
ardiente verano, Dórico llegó cubierto de moscas. Lo seguían alrededor de su
casco refulgente, se amontonaban sobre las frescas heridas.
-¡Qué mosquera trae mi yerno!-
Dijo el rey a los cortesanos y a él, mientras atravesaba, tambaleante y
metálico, el salón:
-¡Qué Moscoso venís!-
Los duques, condes, capitanes y
aún los enanos de la Corte, celebraron con ruidosas carcajadas la aparición del
joven príncipe, sangriento y hosco, entre el zumbar de las moscas. Pero se
sabía que por cada mosca, un moro, yacía, tendido en el campo, despanzurrado
por su lanza. El moscoso, el de la mosquera, fue implacable con el moro.
Cuando murió, ya estaba fundado el solar, y los hijos y nietos
comenzaban a disputarse las suaves tierras de Galicia que el rey le otorgara.
Moscosos y Mosqueras lucharían, aún más, contra los infieles sin descanso,
hasta que otro rey tuviera que recordar sus hazañas y las del legendario
Dórico, dando a los primeros escudo con tres lobos negros, que lamen sangre
sobre campo de plata, y a los Mosquera, cinco, no menos siniestros, prietos y
heráldicos lobos.
Entre las nieblas de la Edad Media, Mosqueras y Moscosos se hunden,
reaparecen, cambian de nombre y facilitan así, desde luego sin proponérselo, la
tarea que centurias más tarde emprenderán los ociosos genealogistas americanos.
Los Moscosos fundan con el tiempo la casa de los Condes de Altamira y se agrega
el Marquesado de Astorga. Sus hazañas se narran por generaciones enteras de
soldados. Un Mosquera engendrará la rama que irá a parar a María Mosquera,
mujer de Luis Colón, duque de Veraguas, marqués de Jamaica, Adelantado de las
Indias, en cuyas pobres venas se extingue la sucesión del descubridor del
Continente.
Hay que trepar con audacia por el ancho tronco para llegar a Lorenzo
Suárez de Figueroa, señor de Zafra y Feria, en cuya descendencia enraizará la
progenie de García Álvarez de Toledo, duque de Alba; y hay que descender sin
miedo al vértigo, persiguiendo la misma gota de sangre del antiguo solar
gallego de los Mosqueras, bajando por los Gutiérrez de Sotomayor para aislarla
en el padre de don Francisco Mosquera; o bien, por el Comendador Diosdado
Mosquera y Alvarado hasta su nieto don Cristóbal Mosquera y Figueroa, primos
ellos dos, y los primeros Mosquera que aventó España sobre la tierra firme de
Nueva Granada.
Artesanos minuciosos de su prehistoria, estos Mosqueras hallarán en el
conde Lorenzo Suárez, el vínculo con Alonso Pérez de Guzmán, El Bueno.
¿No son, por ventura, los Mosquera coloniales, a más de ramas vagabundas,
de los Suárez de Figueroa, Prieto de Tobar, y por tanto descendientes directos
de Juana Guzmán y Florez?
Los Mosqueras, son pues, una casta de soldados. Todo el tiempo que va
desde la mítica fundación de la estirpe hasta el descubrimiento de América es
empleado por los Mosqueras en guerrear. No hay paz en la Península para nadie.
Ciertamente se trata de gente nada plebeya.
En Galicia, por siglos enteros, se oye el refrán, cuando alguien cuenta
algún tormentoso episodio de otro atrevido Mosquera: “Seixa Mosquera y Seixa
quien pueda ...”
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