domingo, 27 de agosto de 2017

Ordes en 1860

  De 1860 a 1865 existiu unha publicación chamada "Galicia. Revista Universal de este Reino", publicada na Coruña e dirixida polo escritor compostelán Antonio Mª de la Iglesia, afincado na cidade herculina. No seu Nº 10  (15 de febreiro de 1861) aparece un escrito do seu director datado o 20 de novembro de 1860 e relativo ás terras de Ordes, que fala sobre a paisaxe, os produtos do campo ... e que, aínda que algo farragoso, é moi interesante para imaxinarnos como podía ser a nosa comarca a mediados do século XIX.

  "Mis queridos amigos: La agri­cultura de Órdenes y su comarca se parece a la de nuestras mon­tañas ya descrita. Hay sus estiva­das de trigos y con más frecuen­cia, en un mismo terreno, que allá en otros tiempos, lo cual es ori­ginado por el aumento de población y trae de suyo la falta de tojo para alimento del ganado, pa­ra el abono y el combustible.
  Se va conociendo la necesidad de arbolado y se van viendo al­gunos pinares sembrados recien­temente y se dan bien. El roble vive aquí, lo mismo que el laurel y el castaño. El "vidueiro" o "vedugo" como acá llaman, es pre­cioso y se eleva galantemente con sus troncos blancos que parecen pintados a propósito. Los arroyos tienen "ameneiros" a sus márge­nes. Las retamas cierran las chousas; pero así y todo escasean mu­cho las leñas y maderas. Y es muy de lastimar esto porque no hay canteras de piedra berroqueña, si­no a leguas de distancia y las construcciones se hacen con mar­cos de madera en las ventanas. Las canteras que hay son de pi­zarra, aunque fuerte, de la que se construían firmes torres y cas­tillos como el de Mesía. Hay fá­bricas también de ladrillo y teja.
  La necesidad de combustible es tan grande que apenas crece un poco el "tojo" del monte o la "queiroa” saltan encima con un maldito instrumento llamado "monda", que es como una azu­ela con largo mango de azadón, y va rapando la montaña deján­dola tan limpia que hasta la flor de la tierra se llevan, y de aquí sa­can para el hogar y el horno y para lo que llaman "louza", que colocan en el podridero para los abonos.
  La "queiroa" o "carpazo" es de calidad tal, que pronto florece y fructifica después de su nacimien­to; pero no así el tojo. Cuando la "monda" asesta sus golpes y se lleva hasta las raíces, las cápsulas de la flor seca de queiroa, despi­den con abundancia sus menuditas semillas o "nebiña"; pero el tojo no, que apenas alcanza su florecimiento, cuando la monda fatal lo arranca de cuajo, así es que los labradores que después quieren tener tojo van a comprar su simiente a Bergantiños y con el trigo que siembran en la esti­vada, la mezclan, y de recogido el trigo, queda el tojo tan verde y lo­zano como los pinos.

  Debido a la acción de la mon­da, es que estos montes se vean casi todos ya desprovistos de to­jos, siendo un vegetal que crece más que la queiroa, por ésta ser de naturaleza bajita; pero como la necesidad acosa, no permiten al tojo siquiera llegar a su dorada florescencia; y se aniquilan has­ta, como hemos dicho, las raíces y así desaparece del todo tan precioso vegetal.
  Causa dolor ver cómo la monda se lleva todas cuantas plantas hay, grandes, medianas y pequeñas y aún las pequeñitas que acaban de nacer y no sólo esto, sino las raíces de todo y la tierra misma que la sustentaba. Sólo por una excesi­va necesidad, debía permitirse semejante instrumento que lo barre todo en los montes, como en la mar las redes prohibidas.

  Se dan hortalizas muy sabrosas y he visto árboles pavías de poco tiempo que causan admiración y viven al desabrigo, pues si se cui­dara de arbolar convenientemente, se darían frutales tan delicados como aquéllos o más; pero ni de frutales, ni de arbolado se cuida casi nada en muchos sitios. Si Ordenes llegase a ser, como puede, una villa grande, se explo­taría toda esta comarca en el ra­mo agrícola, como es capaz, y se tendrían productos tan estimados como vienen a venderse a las gran­des poblaciones; pero acostumbra­dos como estamos a ver nuestras riberas y "mariñas", nos parece que nuestras montañas nada valen, como si estuviesen sus poblaciones colocadas en la región de las nie­ves perpetuas.
  Todos las cercados de estas huertas, agros, chousas y montes podían estar sostenidos, pues son de terrones, con "vedugos" árbo­les que aquí se desarrollan con prontitud, y sólo esto seria una riqueza por las maderas y otro por el aumento de producción de­bido al temple más suave que darían­ a la tierra. Causarían al mismo tiempo una belleza a la vista que atraería gente sin duda en el estío a estos parajes de aire tan re­galado y sano e impresionarían en toda estación al viajero que cruza la montaña entre Santiago y La Coruña con toda la ilusión de los valles.
  Los habitantes de Ordenes, ca­beza de partido judicial y Ayun­tamiento, donde hay por precisión muy competentes personas, serán los que impulsarán la agricultu­ra, fomentando la enseñanza, es­merándose con el arbolado, abrien­do feria y campo a los productos, cuidando de los paseos al lado de las carreteras que se cruzan por la mitad del pueblo, acompañán­dolas de árboles y ensanchando, en fin, sus edificios públicos y construyendo lo que falta para que en su mercado, en todo, haya la comodidad y ornato que otras capitales de partido, en la pro­vincia, estarán quizá más lejos de conseguir, por hallarse más atra­sadas. Con esto la agricultura adquiri­ría un estímulo nuevo, y no teme­ré decir que el menor elemento para lograrlo no ha de ser aquel que provenga del fomento que se de aquí a la educación de la infan­cia y el premio y distinción al hombre laborioso y emprendedor.
  Hay, como en todas partes, bue­nas praderías y podría haberlas mejores, no desperdiciando tantas aguas como se dejan ir por "corredoiras" y "regatos", haciendo intransitable el paso muy a me­nudo.
  El impulso mejor para esto y para muchas más cosas, sería el ferrocarril en Galicia; pero como ustedes me notician, la mira de los especuladores se fija por hoy a la parte de Portugal. Bueno es al­go; pero así, no queda la Galicia bien atravesada, dejando a un la­do y otro, mitades iguales, esa gran arteria del camino de hierro, y si el país no se enardece, por mucho tiempo acaso, habremos de esperar a que el capital extranjero llame a nuestras puertas. Debía excitarse parroquia por parroquia y no dejar paralizados los caminos vecinales, ni las ca­rreteras ordinarias, para tener el país convenientemente preparado el día de Ferrocarril; pero esta gente se duerme comúnmente y se necesitaría una fuerza poderosa y desconocida hasta aquí para des­pertarla. De ustedes, affmo. amigo y com­pañero, ANTONIO DE LA IGLESIA.

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