Velaquí un interesante artigo de
José Rey-Alvite Feás (asinando como José Rey F. Alvite) publicado no xornal El
Correo Gallego o 31 de decembro de 1958,
falando de como Santiago era naquela época un importante nó de comunicación -parte que omitín- e
rememorando os vellos tempos da carrilana. O artigo tiña algúns erros en datas
e nomes pois dependía da memoría de don Santiago Carballal, así que permitinme
corrixilos. As correccións están en cor azul.
[...] Los
tiempos de "LA CARRILANA" - 9 horas de viaje y ¡en La Coruña!
Ya no constituye problema de tiempo el viajar. Se llega a donde uno se
lo proponga en lucha contra el reloj. Ahí están los veloces autos de turismo,
los trenes expresos con sus potentes diesel y el máximo avance en la velocidad:
los aviones. Ya nadie se acuerda de las incomodidades de antaño. Por ejemplo el
recuerdo de "La Carrilana" solo queda en la mente de los viejos.
Esta "Carrilana" de la que tantas veces hemos oído hablar y a
la que en esta ocasión nos ha remitido en una jugosa conversación el decano de
los automovilistas santiagueses, don Santiago Carballal, tenía su
administración en la Inquisición, donde hoy se alza el Hotel Compostela. Por el
año 1905 y 1906
era el medio más rápido de locomoción que tenían para trasladarse de la Coruña
a Santiago las personas que sentían verdadera necesidad de viajar. Nueve horas
de zarandeo viaje ¡y en La Coruña por fin! Tres tiros de mulas se alternaban en
el recorrido. Máximo el mayoral y el "delantero", ayudados de
cualquier zagal, por ejemplo "El Primo" o "El Cojo"
arrancaban aquellas asombrosas velocidades. Ocho pesetas costaba el billete a
La Coruña en interior, con capacidad para doce viajeros y cinco pesetas en
cupé, tragando todo el polvo que las caballerías y las ruedas del carruaje
arrancaban a la pésima carretera.
Comerciantes y estudiantes eran quienes más utilizaban este ya histórico
vehículo. La fiebre de los viajes había de venir con los años, que habría de ir
perfeccionando los medios de locomoción hasta todo este alarde que hoy vemos
casi con ojos atónitos. ¡Qué diría, si los viese, de tanto progreso "O
Carabellón"!
O Carabellón era un viejo zapatero -recuerda el señor Carballal- que
tenía su tenducha en donde hoy está el pórtico del Hotel Compostela. Allí
consumía las horas remendando zapatos. Él decía adiós todos los días a la
Carrilana y también la recibía, mezclado entre los mozos de las fondas que
"cazaban" viajeros. Una tarde no le dijo adiós, sino que O Carabellón
y su tienda fueron a remolque detrás de la Carrilana, porque unos estudiantes
habían atado una cuerda al kiosco del viejo remendón de calzado y el otro
extremo a la trasera de la diligencia.
Los
coches de vapor. Competencia entre ellos y la Carrilana
La Ferrocarrilana se topó en su camino polvoriento con un enemigo fuerte
allá por el año 1906 o 1907. Don Antonio
Sanjurjo ponía en servicio entre Santiago y La Coruña el primer coche de vapor.
Cuatro horas de ventaja sobre el coche de caballos consistía para este un duro
golpe. Y surgió la competencia entre ambos sistemas de locomoción, que
señalaba, sin embargo, la preponderancia del automóvil que transportaba veinte
viajeros y cobraba por el mismo viaje siete pesetas. El mismo Sanjurjo trajo
más tarde el primer automóvil de gasolina, el famoso "Patria" [en 1910], que acortaba la duración del recorrido
en una hora.
Así fue quedando desplazada la Carrilana de la parada en el Mesón del
Viento para que descansasen los caballos y pudieran los viajeros tomarse la
clásica tortilla...
También desapareció el kiosco del Carabellón, que no saldría otra vez
por los aires para jolgorio de los estudiantes bromistas.
Competencia
de empresas
En toda esta historia de las comunicaciones por carretera entre Santiago
y diversas ciudades de Galicia aparecen, -siguiendo el relato que nos hace el
señor Carballal- la empresa de Sevio, que interpuso una seria competencia a las
demás líneas en La Coruña. ¡Más barato, señores! Se podía ir por dos pesetas,
tomando café en Órdenes, en casa de Liñares, que pagaba la empresa.
Imaginémonos el gran éxito que este servicio de automóviles tenía sobre los
demás.
-Claro que unas veces se llegaba y otras no- recuerda, con una sonrisa,
el señor Carballal.
Funcionaba El Noroeste, con sus coches blancos Hispano-Suiza, de bandaje
macizo que iba dejando atrás, por anacrónicas, las llantas de hierro. Y andando
el tiempo surge la empresa Castromil, que inicialmente tuvo su administración
en la Plaza del Toral. La Emprendedora, con un Dio a gasolina, iba a Noya y en
su volante se lucía Isidro "El Mazaroco". Grato recuerdo dejo también
la desaparecida empresa automovilística de "El Ideal Gallego", que se
atrevía por las lamentables carreteras a Noya y a otros puntos.
-En esta última -recuerda el señor Carballal- éramos once socios y de
ellos el mejor accionista era yo. Había que trabajar como cualquier empleado.
Y siguió hablándonos de otros servicios de coches de vida más o menos
larga, hasta que en año "veintitantos" [concretamente
en 1924] surgieron las exclusivas y las pequeñas empresas han ido
desapareciendo paulatinamente para dar paso a las fuertes organizaciones de
transportes por carretera que hoy existen y convierten a Santiago en ese
importantísimo nudo de comunicaciones que todos conocen.
No
había accidentes porque el tráfico era insignificante
-El porcentaje de accidentes que se registraban era tan insignificante
que cuando ocurría el más mínimo daba tema para mucho tiempo -dice nuestro
interlocutor-. Apenas había tráfico rodado que se reducía a líneas de
pasajeros.
Porque fue mucho después de los primeros tiempos de los coches a
gasolina cuando aparecieron los autos particulares, Bruzos se paseó en el suyo,
luego Ríos el sombrerero también adquirió otro; más tarde el señor Carrete
exhibía un modelo de un cilindro. Eran los tiempos del conductor con
pasamontañas, gafas de celuloide y altos leguis.
Metían un ruido infernal. No se podía dormir. Y cuando se
"arriesgaban" a realizar un viaje a Pontevedra, por ejemplo, las
despedidas casi eran patéticas -añade. [...]
José Rey F. Alvite